lunes, 11 de enero de 2016

Mayúsculas, emojis y magia








Ya pasó 1 mes desde que te escribí un mail que nunca te mandé –sí, hago esas cosas a veces-. Cuestión que me mira desde “Borradores” con un (sin asunto) que espera el retorno, el cierre, la estocada final. Desde ya te digo que ese mail nunca te lo voy a mandar, prefiero dejarte esta montaña de duda envuelta en un paquetito de papel invisible y volcánico. O quizás sí te lo mande, andá a saber. Tiene que ser alguna noche, borracha, mientras scrolleo infinitamente en nuestro chat de Facebook donde disparábamos mayúsculas, emojis y magia. Qué loco volver a leer todas esas cosas. Tirábamos manteca al techo, éramos el Diego haciendo jueguito con una de tenis, éramos todo este universo entero y a los pedos, en las palabras de dos locos manijas tomándose todo el tiempo del mundo. Vos no tenés idea del cachetazo que fuiste y que sos para mí. Sos este vientito lindo de verano en mi balcón, el que me peina los pies. Sos el abrazo que pido en silencio cada vez que me caigo, cada vez que me raspo, cada vez que no estás. El perro me huele todas las ganas de verte que tengo, sólo espero que no se le ocurra ponerse a ladrar a cualquier hora, delatando todo este deseo que guardo en frasquitos con tu nombre. Hay días que todo esto que me pasa se rasca la panza y hace un poquito la plancha. Pero hay días que el volumen está en 10, que la piel multiplica todos sus poros y que tu voz suena hasta en mi panza. También hay días que Juli. 

        —Ya pasó 1 mes. 
        —Sí, Juli. Ya sé. 
        —¿Te sigue inundando la cabeza? 
        —Sí, un montón. 
        —Me tenés cansada.



Hace unos días pasó lo más sin sentido que te puedas imaginar: Fausto me habló de vos sin saber quién carajo sos. Se entiende, ¿no? El corazón casi se me vuelca sobre el sillón y su remera nueva. Hubiera sido un verdadero enchastre. Se acercó una noche hasta mi regazo, reptando entre el silencio de la casa y un jazz viejo y apagado. Yo estaba leyendo esa novela que me recomendaste la vez que nos conocimos, la que en cada renglón inventa una manera nueva de traerte hasta mí, como sea, cuando sea. Levantó el celular frente a mis ojos y me dijo “me gustó mucho esto, lee”. Era un texto tuyo, congelado en la pantallita del celular. Sí, uno en el que hablás de Riquelme, de un galpón lleno de besos, de Dave Matthews Band en vivo, de mí. Era un PUTO texto tuyo y no tengo ni la más remota idea de cómo pudo haber llegado a sus manos. Imaginate mis ojos, mi pelo revuelto, mis manos como cascadas, mi panza como un telar de nervios y banquinazos. La lengua se me volvió una calle empedrada y el silencio infinito entre su pregunta y mi respuesta casi nos manda al descenso. “A ver…” dije tratando de parecer desinteresada y lo leí. Lo leí como si fuera la primera vez. Como si leerte se tratara de desteñir todas las remeras que tienen tu olor y las pisadas de tus manos. Te juro que lo leí como si masticara lentamente tu boca en un beso adentro mío, bajo el radar de lo obvio y peligroso. “Sí, es lindo…”, atiné a decir. Y en ese momento me sentí más desnuda y vulnerable que nunca. De repente estabas adentro de mi casa, en patas, abriendo la heladera sin permiso. Estabas ahí, acariciando el lomo del perro, mirándome directo a los ojos con esa mirada de siempre. Estabas entre nosotros, como un recuerdo viejo que no me entra en el puño cerrado. Tuve muchísimo miedo, quiero confesarlo. Tuve terror de pensarte un poquito de más y que se me note en la cara todo este quilombo de preguntas y nudos que me provocás. 

¿Por qué te escribo este mail? La verdad que no tengo idea. ¿Por qué no puedo soltarte bajo ningún punto de vista? Quizás porque siento muy dentro mío que alguna vez voy a dejar de escribirte mails para, de una buena vez por todas, agarrarte la mano y decirte día a día todo esto que me quema. Todo esto que me camina encima, que me deja huella, que me marca el cuero y los tatuajes. Porque confío en que un día de estos voy a dejar de dar vueltas sobre mis propios pies, para poder acompañar los tuyos. Pero ya sabés, me muero de miedo. No te lo digo, pero lo sabés. Te lo dicen mis ojos, mis notas de voz cada vez que intento ordenar mis ideas. Te lo dice mi boca que se tropieza sobre la tuya cada vez que nos vemos. Te lo dice todo este cuerpo grande y acomodado a golpes que se desmorona cuando me tocan tus manos. Yo ya no sé qué hacer con vos, posta. Me cansé de buscar explicaciones. Me cansé de tratar de entender todo este sismo, este ritmo contagioso, este imán imposible de cosas imposibles. Quiero colgarme de tu balcón para que me hables de París, TU París. Que me cuentes de las imbéciles que te rompieron el corazón, de las calles que guardan tus historias. Eso quiero: escucharte hasta el hartazgo, que se haga de día cada noche, incansablemente. Te juro que busqué razones para olvidarte, para enojarme, para pensar que sos un pelotudo y chau. No encontré nada, no tiene caso. Estás ahí titilando cada vez más fuerte y me obligás a inundarme la cara con esta luz blanca que escupe la pantalla mientras sigo tipeando este mail que no sé cuándo voy a terminar. Son las 4 de la mañana y mi casa es un ronquido que ya me sé de memoria. Me doy cuenta de que necesito la sorpresa. Necesito el descubrimiento diario en mi vida. Que cada día me digas una palabra nueva y que la anotemos en una especie de glosario que inventamos. Que me cuentes una historia nueva entre mates y sábanas, que me prometas que cada día va a ser mejor que el anterior, pero más flojito que el que sigue. Necesito amigarme un poco conmigo y aceptar que puedo estar equivocada. Como me dice Juli: “Boluda, aceptá lo que te pasa, abrazalo fuerte. Es la única manera de hacer las paces con todo eso que ya no te va a tapar por la noches”. 

El otro día tuve un sueño rarísimo que te quiero contar. Resulta que estaba caminando por mi barrio, paseando al perro. Tenía puesto el vestidito de la suerte, ese que es un estornudo de colores y combina con todas las birras del mundo, sabés de cuál te hablo. Y en eso, pum, te veo. Ibas con tu caminar cansado, mirando para cualquier lado. Entonces corrí hasta vos y tus ojos se agrandaron tanto que casi me caigo de cabeza con perro y todo adentro tuyo. Nunca te vi tan sorprendido, fue raro. Me acuerdo que caminamos un montón, que hablamos sin parar hasta que se nos aflojaron las piernas. Estabas radiante, lindo como nunca y un poco incómodo. La boca se te derretía de los nervios y te la acomodabas con la mano, disimuladamente. Anoté ese gesto junto al de cómo te agarrás la cara cuando pensás y al de cómo me mirás de reojo con picardía mientras fumo. En un momento llegamos hasta la arbolada de la calle Tamborini, donde descansan las cotorras durante el verano. Ahí empezó el quilombo. Una especie de remolino descendió en ese momento desde el cielo y el griterío de las cotorras de repente se mezcló con todos los goles del Poli, con la Avenida Crámer que me da mucho miedo para andar en bici, con todos los clones que tenés dando vueltas y no paro de ver cada vez que salgo a la calle. También con un vino tinto (o quizás tres), con ese sillón ideal para la siesta, con una dedicatoria que me dejaste en un libro. Con una terraza, con el atado de puchos que dejé en tu casa, con una entrada de un reci al que no fui. Se mezcló con “Mirrors” mientras me saco el vestido y te digo las cosas que te digo. Nos abrazamos fuerte y te juro que de la nada hubo silencio, como un blanco absoluto. Sólo sentí tu respiración en mi cuello y ahí fue que me di cuenta de que todo esto que vengo escribiendo, pateando, atajando y sintiendo, realmente está vivo. Ahí te sentí más claro y cerca que nunca. En ese abrazo sentí que no te quería soltar nunca más. ¿Sabés lo que es sentir eso? ¿Sabés lo que es despertarse llorando y temblando, cruzando los dedos para que todo eso fuera real? Yo te quiero para mí, aunque todavía no lo sepa. Yo te quiero entre mis cosas, escondiéndome las llaves cuando tengo que salir y me obligás a quedarme en la cama un ratito de más.

El perro acaba de saltar sobre la cama pidiendo paseo mientras el cuerpo se me vuelve un nudo marinero de amor, qué oportuno. Me apuro a salir, a prender un pucho y bucear en el cemento. Te quiero ahí de nuevo, pero esta vez despiertos. Son las 4 y pico de la mañana y mi hermano me acaba de dar la peor noticia: se murió Bowie. Estoy destrozada, no puedo escribir más. Necesito un abrazo tuyo más que nunca.




Te dejo un beso. 
Te lo doy en un rato. 



*Asunto: Mayúsculas, emojis y magia*


*Click en “Enviar”*




6 comentarios:

D. dijo...

Escribes genial.

Mercedes dijo...

Necesito decirte que tenes una voz hermosa, transmite mucha paz (quizás suene un poco raro pero es una rareza linda) es como tu superpoder. Todos deberíamos tener un audio con tu voz y escucharlo siempre antes de ir a dormir, así se terminaría el insomnio, la depresión, los pensamientos malos etc.
Y no estoy exagerando. 

El baterista que escribe dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
El baterista que escribe dijo...

Muchísimas gracias! :)

El baterista que escribe dijo...

Qué lindo todo esto que me decís, Mercedes. Gracias por escucharme, gracias por leerme, gracias por venir a decirme todo esto. Te lo agradezco muchísimo :)

Alfa dijo...

Bueno y hasta cuándo ésta ausencia? :(